Entre los valles cálidos y bosques de Chiapas, rodeado de montañas que resguardan el eco de su pasado, se encuentra Ocozocoautla de Espinosa, un pueblo con alma indígena y corazón mestizo. Su nombre, proveniente del náhuatl, significa “bosque de ocozotes”, en referencia a los árboles de resina que abundaban en la región. Mucho antes de que llegaran los conquistadores, esta tierra fue habitada por los zoques, una de las culturas más antiguas de Mesoamérica, quienes moldearon su entorno con sabiduría, ritos y una profunda conexión espiritual con la naturaleza.
La historia moderna de Ocozocoautla comenzó con la llegada de los españoles en el siglo XVI. En 1528, Diego de Mazariegos fundó la Villa de San Juan Bautista de Ocozocoautla como parte de la avanzada colonial que buscaba controlar la región. Con la conquista llegaron también la religión católica, el idioma español y las estructuras coloniales que transformarían la vida de los pueblos originarios. Sin embargo, el espíritu rebelde de sus habitantes no se apagó. En 1722, por ejemplo, los zoques protagonizaron un levantamiento en defensa de una ceiba sagrada que fue talada por un sacerdote, un acto que para ellos significaba una herida profunda a su visión del mundo.
A lo largo del tiempo, el pueblo se convirtió en un punto importante dentro del tejido comercial y social del estado. En el siglo XIX, hombres y mujeres de Coita participaron en las luchas nacionales, dejando su huella en momentos clave de la historia regional. Ya en el siglo XX, Ocozocoautla fue oficialmente elevada al rango de ciudad en 1926 y, dos años más tarde, se le añadió el apellido “de Espinosa” en honor al revolucionario chiapaneco Luis Espinosa.
A pesar de enfrentar desastres naturales como la erupción del volcán Chichón en 1982 o los sismos de 1995 y 2017, la ciudad se ha mantenido firme, reconstruyéndose una y otra vez con la fuerza de su gente. Cada piedra restaurada, cada calle reconstruida, habla de un pueblo que no se rinde.
Pero lo que realmente distingue a Ocozocoautla es su riqueza cultural. La identidad zoque aún se respira en el aire, se oye en los tambores, se ve en las máscaras talladas a mano, se vive en sus fiestas. La celebración más emblemática es, sin duda, el Carnaval Zoque Coiteco, una manifestación cultural sin igual en el país, donde convergen tradiciones prehispánicas, elementos cristianos y hasta influencias árabes. Durante varios días previos al Miércoles de Ceniza, el pueblo entero se transforma en un escenario donde conviven personajes simbólicos como el Mahoma, el David, el Tigre, el Mono o el Caballito, todos danzando al ritmo de flautas de carrizo y tambores, en una coreografía ancestral que narra la eterna lucha entre el bien y el mal.
Cada máscara, tallada por manos expertas en maderas como copal o matzu, es una obra de arte viva. Son herencia cultural, pero también son identidad, resistencia y memoria. Junto al carnaval, se celebran otras fiestas importantes, como la de San Juan Bautista en junio o la Feria de la Virgen de la Asunción en agosto, en las que la música, la fe, la danza y la comida tradicional se entrelazan con alegría colectiva.
La conexión espiritual con la tierra sigue siendo esencial. Aún hoy, en sitios como el Cerro Ombligo, se realizan rituales zoques para recibir la primavera, donde los danzantes, vestidos con atuendos tradicionales, rinden homenaje a la vida, a los ciclos de la naturaleza y a sus ancestros. El entorno natural también es parte de su magia: la imponente Sima de las Cotorras, la Cascada El Aguacero o La Reserva de la Biósfera Selva "El Ocote" hacen de Ocozocoautla un sitio donde la historia y la naturaleza conviven en armonía.
En reconocimiento a su riqueza histórica, cultural, natural y espiritual, en el año 2023 Ocozocoautla de Espinosa fue nombrado oficialmente Pueblo Mágico de México. Este distintivo honra no solo su legado, sino también el compromiso de su gente por conservarlo, celebrarlo y compartirlo con quienes los visitan.
Hoy, Ocozocoautla es más que un punto en el mapa. Es un testimonio vivo de la resistencia indígena, del mestizaje que floreció con identidad propia, y de una comunidad que, generación tras generación, sigue contando su historia a través de sus fiestas, sus paisajes y su gente. Un rincón mágico de Chiapas, donde el pasado y el presente danzan juntos bajo el sol.
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